Ginevra llega al mundo una calurosa noche de julio diecisiete años atrás, siendo la única hija del matrimonio Galow. Si bien podríamos decir que la chiquilla gozó de una infancia feliz, la suya jamás fue una vida normal. Y es que el matrimonio Galow poseía un secreto del que, por su propia seguridad, Ginevra debía ser partícipe. ¿Y cuál es tal secreto, si puede saberse? Quizá lo más adecuado sea responderte con otra pregunta. Dime, amigo mío. ¿Qué sabes de los vampiros?
¿Ataúdes? ¿Cabezas de ajos? Desde muy niña, a Gin le enseñaron a diferenciar la leyenda de la realidad. Y es que el mayor secreto de los Galow es, nada más y nada menos, que su oficio. No, no hablo de la profesión de Howard Galow como médico; tampoco hablo de la de Marianne Galow como profesora de ciencias. No. Hablo de aquella que viven en común: la caza del vampiro. Un empleo difícil y peliagudo. No nos encontramos en un cuento de hadas. Esto es la vida real, y no existe posibilidad para adquirir fuerzas sobrenaturales que te permitan convertirte en un cazador mejor, sin renunciar con ello a tu propia naturaleza humana. Los humanos no están hechos para combatir a los vampiros. ¿Acaso la presa puede comparar sus características a las de su depredador? Pero los humanos tienen sus métodos. Métodos que, bien utilizados, pueden darle un nuevo giro de tuerca a la baraja.